Faustina Hanglin Tomasin escribe desde niña. Nació en Barcelona en 1973, hija de padres argentinos, y creció en Sitges, un pueblo de la costa catalana. Los estudios en Humanidades, los viajes, la práctica de distintas disciplinas artísticas y su sensibilidad social la llevaron a dedicarse a la terapia Gestalt. Hoy en día vive entre Ibiza y Valencia, y es madre de dos hijos: Yvo y Joy. La más pequeña, Joy, está afectada de parálisis cerebral desde su nacimiento. Esa experiencia de alto voltaje fue el detonante de El amor era esto, su primera novela. 

¿Qué le gustaría  decirle a sus lectores?

Que lean. Que escriban. Que se hagan preguntas… Que hagan lo posible por ensanchar su percepción de la existencia, sacarle el jugo a la experiencia que les toca vivir. Leer es viajar a otros mundos de la mano de quien escribe. Escribir es compartir tu universo con desconocidos. Es una forma insuperable de contacto entre los seres humanos, un canal de encuentro fenomenal. Trasciende el tiempo, el espacio, las diferencias culturales, sociales, biográficas, de género y condición. Puedes explorar las ideas de Voltaire, caminar los paisajes de Balzac y hacer el viaje de Céline sin moverte de casa. Puedes temblar los temblores de Faulkner y los orgasmos de Anais Nin, sin perder la cordura o la virginidad… es algo que sólo los seres humanos podemos hacer. Somos capaces de viajar a otras galaxias y explorar lo desconocido gracias a la palabra y la imaginación. Además, hoy más que nunca es urgente promover la lectura y la escritura, ya que vamos hacia una sociedad analfabeta. En el futuro quienes sepan leer y escribir con consistencia y profundidad serán seres raros, me temo, y quizá tremendamente necesarios.

 ¿Hay un momento en particular que le empujó a escribir este libro?

Empecé a escribir por sugerencia de mi terapeuta, un gestaltista colombiano que me confrontaba a la par que me pasaba el pañuelo para que me secara las lágrimas. En un principio, me sugirió  que redactara mi biografía emocional, luego el texto se fue llenando del día a día, de visitas médicas por la lesión cerebral de mi hija, de diferentes situaciones en torno a su discapacidad, y empezó a salpicarse de ex-abruptos emocionales y a volar hacia la ficción. Inventar me daba aire. Al poco tiempo entré en un ritmo frenético de escritura y si un día me saltaba la cita con la página en blanco, sentía que iba enloquecer. Salía de casa como una tromba con tres horas por delante, me sentaba en un bar, volcaba el texto del día y corregía el del día anterior a todo trapo. Sentía que si no escribía iba a explotar, matar a alguien o perder la razón. De alguna manera fui haciendo todo eso, explotar, matar, perder la razón…  la novela fue mi válvula de escape, mi salvación. No hubo un momento preciso que me empujara a escribir, sino una avalancha de momentos que estaban esperando a ser escupidos. Lo que sí hubo fue una invitación terapéutica, por suerte. 

¿Por qué eligió este título para su libro?

Porque al fin y al cabo eso era el amor. Lo que encontré detrás del terror, el dolor, la rabia y la desesperación, era el amor. El libro recorre, prácticamente en tiempo real, mis pasos reales y figurados desde el infierno de la clínica donde nació mi hija, hasta un horizonte de paz y aceptación, que es el que todavía me guía. El amor es la fuerza que nos mantiene unidos cuando estamos por desintegrarnos. La muerte, la enfermedad y la discapacidad cobran sentido, y tienen su “gracia” en el amor. El amor es la mayor potencia de vida que existe, nos empuja más allá de nuestras limitaciones, miedos y creencias, hacia el encuentro y el juego con el otro. Hay, en ese “esto” del título, una alusión a todo lo que vive Bruna, la protagonista, que escapa a la imagen de un amor cómodo, satisfactorio y feliz en el sentido que comúnmente se le da. Es un amor, el que ella vive, que amansa a las fieras, transformando al ignorante en bendito y al erudito en bebé. El amor que Bruna conoce es una devastación, después de la cual sólo queda sonreír. 

 ¿Cuándo nació su pasión por la escritura?

De muy chiquita, no sabría qué edad decir. Tengo el recuerdo de leer Platero y yo, de Juan Ramón Jimenez, y sentir el corazón palpitando de misterio, amor y belleza al irme a dormir. Creo que me enamoré de Platero, de las rimas nacaradas de Gustavo Adolfo Bécquer, del cuervo de Edgar Allan Poe, todo al mismo tiempo. Luego llegaron Faulkner, Cortázar, García Marquez, Auster y tantos otros… siempre leí mucho, poesía, cuento, novela, ensayo… de todo, durante la infancia y la adolescencia, hasta hoy. Escribí poesía desde niña. La pasión nació con Platero, el cuervo de Poe y las rimas de Bécquer, y siguió creciendo con la lectura. La escritura se fue desarrollando por etapas, primero poesía y cuentos, más tarde reportaje, drama, guión, novela. Creo que mi pasión se originó con la musicalidad del texto, la envoltura rítmica fue lo que me cautivó. Era como si el ritmo que desprendían las palabras, la cadencia y la magia que evocaban las imágenes, constituyeran una burbuja donde vivir me fuera posible. Encontré un refugio en la escritura, hallé un oficio y una patria, y ya nunca los dejé ir. 

 

 ¿Qué le enseñó la escritura de este libro?

Me enseñó a escribir. Una letra, una palabra, una frase, un capitulo detrás de otro hasta tener un libro. A confiar en la ayuda y el apoyo de otros escritores, sin los cuales no existiría el texto tal y como está escrito. A crear con mi propio dolor y a danzar con mis miserias, a ver a “Dios” en los lugares más tristes, a resistir, luchar y rendirme. Me enseñó que la verdad no existe. Existen los puntos de vista, y no siempre son verificables. Me enseñó que la existencia es un misterio insondable, frente al cual estamos todos en pañales. Que esa misma música que me acunaba cuando era pequeña, es la que hoy toco para lograr vivir. Escribir este libro me ayudó a recobrar la fuerza, la alegría y la fe, y me dio el placer inmenso de teclear por teclear, que es mi forma de celebrar el milagro de estar aquí. 

 

Entrevista para Europa Ediciones. Agradecimiento a Ana Alvarez-Errecalde por la cesión de su fotografía

El Beso © Ana Álvarez-Errecalde

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Faustina Hanglin, Terapia corporal, artística y de sueños